Thelmaprendizajes

De tratos y contratos

Ciertamente dos de mis profesiones favoritas para admirar son los abogados y los contadores.

Nada me fascina más que saber que el marco de toda su actividad profesional (e incluso gran parte de su personalidad) está sustentado por reglas arbitrarias que los humanos poco a poco nos fuimos inventando. 

No son como los carpinteros o los mecánicos, que trabajan con cosas que puedes tocar (o patear cuando te desesperan).

Observemos las raíces de los abogados: surgieron porque un buen día la humanidad decidió que no estaba bien matar. Otro día se nos ocurrió que no estaba bien robar. En algún otro momento se nos ocurrió que andar por la vida desnudos tampoco era aceptable. Poco a poco fuimos poniendo reglas en un librito y ahora podrías perder la libertad si no cumples ese libro, que sinceramente, nadie más allá de los abogados ha leído. 

Los abogados se inventaron sus propios problemas y sus propias soluciones. ¡Y crearon una profesión de eso! ¡Genios! Y ahí van por la vida embaucando a otros changuitos incautos para hacer cumplir un libro que ni han leído. La abogacía es sin duda algo tan humano, que nos costaría trabajo explicárselo a un pez o a una oruguita. 

Muy similar es la historia de los contadores, porque en algún desafortunado punto de la historia, no tuvimos más opción que desarrollar un intrincado sistema de gobierno central para organizar todos los bienes producidos por humanos conflictivos que no dejaban de pelear entre sí.

Entonces se nos ocurrió la no tan brillante alternativa de pagarle tributo a ese gobierno central para que con su conocimiento y visión ordenara el caos que todos los demás nada más no podíamos ordenar.  Aquello no acabó nada bien, evidentemente. 

Aún seguimos pagando un tributo a quién sabe quién, para que haga quien sabe qué, en quién sabe dónde. Infraestructura, seguridad, educación y servicios, según ese tal gobierno central. Muchas cosas se prometen y nuestra ciudad cosmopolita simplemente no se podría ver más alejada de la utopía que se nos prometió. 

Para eso están ahí los contadores, con sus calculadoras e infinitos papeles, descifrando tus dineros ganados en el año y los dineros que tienes que darle a este ente maravilloso que es el gobierno central. 

Los geniales contadores van por la vida creándose sus propios problemas y sus propias soluciones. Sus porcentajes de impuestos, de cuotas, de multas y sus fechas límite, siempre ignoradas por ellos mismos porque saben que siempre vienen acompañadas de prórrogas. Allá van los pobrecillos entrando en pánico cada fin de año fiscal. Un límite que los estresa, pero que ellos mismos se inventaron. Es que es una joya que hayan construido una jaula absurdamente pequeña de la que buscan desesperadamente salir. Unas verdaderas personalidades que, si te descuidas, te lo quitan todo.

Realmente, los abogados y los contadores viven en un contexto difícil de explicar a los que están fuera de su ámbito. Y definitivamente no sería la profesión que sobreviviría si estuviéramos en un inminente apocalipsis zombie, la verdad.

Son de mis profesiones más admiradas porque son personas que se han creído su juego. Los abogados en verdad creen que seguir la Constitución es la manera correcta de vivir. Los contadores también creen que lo primordial en la vida es pagar sus impuestos. Entraron a una dimensión de compromisos, que al resto de la población le importa muy poco conocer. Y se alienaron. Y cada mañana van a sus sitios de trabajo y lo dan todo para que sobreviva un mito gigante que sus ancestros fundaron. Son como sectas.

Obviamente esos profesionistas han perdido el piso de lo material para envolverse en lo abstracto de las leyes o las finanzas. Es por eso que ellos son mi inspiración para empezar con voluntad el 2023.

Verán, yo en la vida he firmado muchos contratos. De becas. De trabajo. De premios. De Organizaciones no Gubernamentales. De negocios. De deudas.   

Pero ninguno para mí tenía un valor más allá de lo que los abogados quisieran inventarse. Eran hojas que tenían manchas de tinta y yo agregaba más tinta y se me daban cosas a cambio. 

Muy a fuerza yo leía por completo los contratos. Los analizaba. Los entendía. Los archivaba. Y los cumplía. Pero nunca había caído en la cuenta de que puedo crear mis propios contratos para inventarme mi propia fantasía y auto-obligarme a tener la vida de mis sueños, así nada más, por contrato. 

No me había dado cuenta que puedo meterme en mi propio mundo perfecto. Como si fuera abogada. Como si fuera contadora. Trabajar consistentemente por algo que considero la manera adecuada de vivir. Aunque a los demás miembros de la sociedad no les importe un cuerno lo que hago. Es maravilloso. Puedo obligarme a cumplir mis sueños por contrato.

Nunca se me había ocurrido hacer un contrato conmigo misma para impulsarme. 

Increíblemente, por una serie de eventos fortuitos, me vi envuelta en un contrato de una dimensión diferente que no implica abogados, ni notarios. Solo el compromiso por escrito de unos fantásticos sueños por cumplir. Y me encantó. 

Todos podemos inventarnos nuestra vida ideal. Hacer un contrato con puntos claros, imprimir nuestras locuras y firmarlo. Y solo nuestra voluntad y nuestras ganas de hacer que funcione son suficientes para lograr lo que sea que se nos ocurra.

Sé que suena súper privilegiado el hacer un contrato para tener la vida de tus sueños y francamente más aburrido que “manifestar” en un cuaderno aesthetic con velas por las mañanas o hacer un colorido “vision board”. Pero eso ya está muy visto.

Este año lo intentaré así. Haré contratos para diferentes ámbitos de mi vida. Que incluyan todos los sueños loquísimos que quiero lograr.

Los lugares en los que quiero estar.

Las experiencias que quiero tener. 

Todo lo que quiero aprender.

Lo mucho que quiero crecer.  

Y, sobre todo, lo mucho que quiero amar. 

Obviamente quiero saber cómo enfrentarán las locuras que el 2023 nos depara.

¿Cuál será su estrategia para embestir este año nuevo, amigos? 

Los leo. Y los quiero. Mucho.  

Thelma 🙂 

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